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América Latina tiene todos los recursos para ser potencia económica, pero ¿por qué seguimos repitiendo la historia?

Históricamente se ha considerado a América Latina, al igual que África y el sureste asiático, como un continente “lleno de recursos” tanto naturales (bosques, potencial hídrico, minería, agropecuaria, potencial turístico) como humanos, pero al contrario de una buena parte de Asia sudoriental, no ha logrado “despegar” como una potencia económica, salvo casos muy puntuales, más relacionados a individualidades que a países o al colectivo continental.

Y mucho menos lo ha logrado después de la contingencia creada desde finales de febrero de 2022, cuando Rusia invadió a su vecino y antiguo co-integrante de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Ucrania, provocando dificultades en la distribución de gas o de alimentos a Europa, tanto por los cortes en la distribución del país invadido como por las sanciones que el mundo democrático aplicó al país invasor y viceversa.

La pregunta clave es, ¿por qué ocurre que en América Latina no aprovecha esta coyuntura, al igual que en otras oportunidades históricas en las cuales los países “desarrollados económicamente” han volteado su mirada hacia este lado del mundo, para desarrollarse y convertirse en una “potencia económica”, con voz firme en el contexto global?

Parece ser un proceso histórico al cual los países latinoamericanos se adaptaron desde la época colonial y del cual muy pocos han logrado escapar (por muy poco, todo sea dicho): depender de una “metrópoli” a la cual enviar sus materias primas y a cambio de éstas recibir los productos terminados necesarios para su funcionamiento, teniendo que pagar a su vez por estos bienes.

Debido a eso, la balanza económica de los países latinoamericanos siempre se ve afectada, puesto que el valor que puede darle a sus materias primas, además de estar comprometido por las exigencias del mercado (como ocurre, por ejemplo, con la cesta petrolera venezolana, la cual se cotiza usualmente un 10 a 15% por debajo de los crudos referenciales de Texas o el Mar del Norte), debe hacer frente a los costos de los productos terminados, además de políticas gubernamentales inconstantes o en algunos casos reñidas con el complejo articulado económico dado por la globalización y las nuevas tendencias comerciales globales.

Es por ello que los países de la región necesitan establecer un conjunto de políticas, tanto económicas, como tributarias y sociales, que impulsen su productividad y rompan con una tradición que, como se comentó, ha hecho que la región no se active comercialmente y sólo sea atractiva por la capacidad de ofrecer materias primas a un relativo bajo costo.

En ese sentido, una de las estrategias que deben aplicar los gobiernos latinoamericanos para impulsar sus respectivas economías y proyectar a cada país, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), incluye decretar reformas para aumentar la productividad y la competencia tanto interna como con sus vecinos, aprovechando las potencialidades existentes e incentivando la manufactura de bienes procesados en lugar de comercializar la materia prima para readquirirla como producto terminado.

Otra de las estrategias propuestas por el FMI se basa en mejorar la educación, impulsando carreras profesionales y técnicas acordes a esas potencialidades mencionadas, y que sirvan como “fuente de inspiración” para desarrollar industrias de manufactura de productos terminados a partir de la materia prima producida en el país.

El FMI también sugiere cambiar los sistemas tributarios de los países, con el fin de incentivar el establecimiento de esas industrias de manufactura, el fortalecimiento de los medios de transporte de alta capacidad (terrestres, aéreos y acuáticos) y la atracción de capitales foráneos que ayuden a financiar estos proyectos sin el temor de decisiones gubernamentales controversiales o desconectadas de la realidad que se busca crear.

Finalmente, el FMI propone disminuir la desigualdad entre las llamadas “clases sociales”, lo que se podría lograr mediante las estrategias anteriores: al incentivar y financiar la educación mediante un sistema tributario sano, los grupos sociales “menos privilegiados” pueden acortar la brecha social con los considerados “mejor posicionados”. Pero esto debe hacerse de manera consciente y constante, sin regalías o bonificaciones que sólo alimentan la “cultura de la lástima” y una “inclusión forzada” en una economía aún enferma desde el punto de vista político.

Cuando se comparan estas recomendaciones del FMI con la realidad económica de cada país de América Latina, sólo algunos vestigios de aplicación se observan en Chile, Argentina, Brasil, Colombia y México, aunque la volatilidad de las políticas públicas por la alternancia ideológica entre visiones contrastantes elimina la constancia que requieren para establecerse dentro del colectivo social y productivo de dichos países, lo que se refleja en conflictos sociales que se generan con cada cambio presidencial, grandes discrepancias entre grupos sociales y geográficos, y una economía que, aunque estable, se mantiene sin despegar como se espera que deba hacer.

En el caso de los demás países de la región, la presencia con mayor o menor influencia de una ideología política que critica y hasta llega a rechazar las recomendaciones del FMI funciona como un “caldo de cultivo” para que los errores en las políticas económicas, las dificultades en la educación profesional, las políticas tributarias desacertadas y la “cultura de la lástima”, además de una corrupción galopante en todos los niveles gubernamentales, tanto en lo económico como en lo actitudinal, sirvan para mantener vigente la premisa con la que se inició este artículo: Latinoamérica tiene los recursos para convertirse en una potencia económica, pero no hay una intención real de hacer que eso ocurra, por conveniencias ideológicas e incluso culturales que impiden un cambio de mentalidad a todos los niveles, principalmente en el político y social.

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